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ANÉCDOTAS DE UNA VIAJERA DEL TERCER MUNDO - Hotel de Madrid - 2da. parte.

  • Lissette Van der Biest
  • 15 jun 2019
  • 8 Min. de lectura

Las dos maletas dañadas ¿y tener que subir dos pisos?

Las cosas no parecían mejorar con el paso de los minutos.

Pues, para no seguirle viendo la cara a la linda españolita que se burlaba en silencio de mi, dejé recostada sobre una pared al lado del “elevador en reparación” una de mis dos maletas, y tomé la otra en mis manos (23 kilos más a menos que este cuerpito de 55 kilos debía resistir) porque la urgencia era irme de inmediato de la planta baja y de la mirada burlona de todos los que estaban en recepción.

Comienza mi peregrinar.

-¿Dios cuantos escalones serán? Ella dijo piso 2 – me digo en una conversación conmigo misma.

Con dificultad pero con éxito había llegado al piso 2. Comienzo a buscar 2F, 2F, 2F pero no lo encuentro.

Solo veo un pasillo largo, medio oscuro, con muchas personas que entran y salen de unas puertas, identificadas con otros números, muy distintos a 2F.

Alguien se apiada de mí y me pregunta:

- ¿Que buscas?

Como si hubiese visto a la misma virgen María mi mirada se ilumina.

-Muchas gracias. Si. Busco la habitación 2 F.

-Es el piso de arriba. Sube uno más – muy amable la cuasi virgen, con cara y acento mexicano.

Decepcionada al pensar que tenía que subir otro piso más, y que quizás se terminarían de romper mis manitos, que muy rojas, ya ardían, le digo:

- Pero me han dicho que es el piso 2 y ya subí los dos pisos.

-Es que este edificio, tiene mezzanina, así que vendría siendo el 3 piso.

Entonces dicen por ahí, que uno no debe pensar mal de las personas, pero la verdad yo si pensé muy mal de la que en un momento fue la linda chica de la recepción, la cual estoy segura sabía que esto me pasaría y no me advirtió, para seguir riéndose a costillas mías.

Agradecida con la virgen mexicana que me auxilió en mi pérdida momentánea por los grandes pasillos de mi nueva morada, quien al parecer era una de las mucamas del lugar porque usaba uniforme y sostenía una mopa, subo un piso más, rezando para que la maleta que dejé abajo, sin resguardo de nadie, esté allí, cuando logre encontrar mi habitación. Por que España es Europa, pero no Suiza.

Finalmente vÌ una puerta con un avisito en la pared que dice 2F.

Mis ojos se iluminaron y sentí felicidad de haberla conseguido.

- Quizás no sea tan malo esto –me digo, tratando de darme ánimo- ¿No querías vivir nuevas experiencias Lissette Josefina? Pues aquí te llego una para vivirla a plenitud y darte la bienvenida a España. Otra vida, otra cultura, otra gente.

Así que decidida de que al final no tenía por qué ser tan malo, tomo la manilla, y abro con cuidado la puerta.

No sé cómo debió ser mi cara al encontrarme con este panorama, pero debiò haber sido algo así como dicen: “cara de poema”.

Una humareda cubría toda la habitación, que no me dejaba ver nada. Digo sumisa, sin que casi me salga la voz:

- Buenos días.

Entro con mi maletica y dejo la puerta abierta.

-¡Cierra la puerta!

Me grita una muchacha que era la causante del humo, porque al gritarme, le veo el cigarro en la mano, aun sin contestarme los buenos días, y envuelta en unas mantas como una indigente y con los pelos despeinados.

Apenada, me devuelvo y cierro la puerta.

La fumona está en la parte de abajo de una litera. Arriba no hay nadie sino una cama destendida. En frente de esa litera, hay otra litera y está un muchacho en bóxer de unos 24 años, barbudo, feo, con cara de que tenía una semana sin bañarse. El tampoco me respondió los buenos días. Ambos se me quedaron mirando como que si la bicha rara era yo. (Creo que no usaban espejos desde hace tiempo).

Sigo mi desfile por la gran habitación iluminada por grandes ventanales y cantidad de literas colocadas de manera que bordeaban la inmensa habitación, pero no encuentro camas vacías. Veo ropa en el piso, interiores, zapatos; el cuarto de un adolescente, pero con 12 adolescentes que además no eran familia mía.

Me dije:

- “Dios mío, ¿qué esto? ¿En donde he caído?

Al fondo de la habitación, había cuatro literas más. Vacías. Tomé la que estaba de primera, y tal como me había indicado la burlona de recepción, estaban las sábanas para hacer la cama y una toalla.

Respiro profundo y trago duro, aunque lo que quería era llorar:

-Matica, ”palante es pallà”. Tú puedes. Vele el lado positivo. Deja que le cuentes a tus hermanas.

En eso, mientras tendía mi cama lo mejor posible, y tenía mis conversaciones conmigo misma, entra un muchacho veinteañero, también muy peludo, barba copiosa, pero a diferencia de los dos que me habían recibido en la tan ansiada habitación 2F, este llegó con una gran sonrisa y me saludó en portugués.

Me pregunta de dónde vengo y le digo que de Venezuela y hubo una familiaridad por ser países vecinos o porque le di lástima. Lo más seguro es que haya sido por lo segundo. Triste realidad.

Ese lugar era de puros chamos y yo era la única que pasaba de 20 años y los doblaba.

La abuela.

Me sentí bien y volví a tener esperanzas de que mi estadía no tenía por qué ser tan desagradable. Tenía un nuevo amigo. Mi amigo brasilero sin nombre.

Bajé a buscar mi otra maleta que por suerte, seguía donde la dejé, y volví a recorrer el camino del hostal de Compostela (por la peregrinación) y llegué de nuevo a la habitación 2F. Crucé otra vez la humareda y las dos caras amargas de mis compañeritos de cuarto.

-Me tengo que bañar y salir de aquí, me digo.

Pero ¿cómo me meto a bañar con todas mis pertenencias aquí afuera y con esta gente con cara de no haber sido educados en los mejores colegios católicos de Europa? ¡Ah! ¡Recordé los losckers! Eso sería mi salvación.

Pues muy empoderada y tomando fuerzas de donde no las tenía, metí mi pasaporte, cash, tarjeta americana y algunas cosas de valor en el locker. Lo cierro con un candado medio extraño, al menos para mí, el cual me tomó un tiempo descifrar su funcionamiento, pero lo logré cerrar, tomé mi toallita y sacando lo primero que se asomó en la maleta:

-Vamos, ¡a sacarte esa mala energía! ¡Estás donde querías! ¡Vienes a vivir en Madrid! ¡Venga tía, que éxito!

Pero por más de que lo intentara, mi día no mejoraba.

La ducha era 1x1.

Si. 1x1. No tengo precisión de la medida, pero era la cosa más pequeña que puedas imaginarte. Entrabas y no podías moverte. No sé si quedé bien enjabonada, de hecho.

La ropa que había llevado para cambiarme, me la puse húmeda, porque en 1x1, todo lo que estaba dentro, al abrir la ducha se mojó. Y allí mismo, tuve que vestirme.

No había sido un baño muy reparador, la verdad. Solo me había quitado el olor a viaje.

Eran como 20 salitas 1x1 y como 20 lavamanos unisex, dispuestos todos en una gran salón abierto.

Me dirijo a un lavamanos a cepillarme los dientes y me recibe un lavabo lleno de pelos de barba negra. Una asquerosidad. Me mudo a la de al lado y tenía un gargajo. Me ruedo 4 lavamanos más y logro cepillarme, y con la rapidez que me es posible, me maquillo, me peino y me voy a mi habitación de fumones a guardar todo, para poderme ir del lugar.

Mi sobrino que tenía una semana en Madrid, fue a mi encuentro y si no hubiese sido por él, me hubiesen encontrado tirada, ebria en cualquier plaza cercana, con un vino tempranillo y un salchichón, para pasar con una borrachera mi mala suerte.

A eso de las 10 pm me regreso a mi “U Hostal” y estaban ocupadas, de las 12 camas del lugar, como la mitad. El resto estaban vacías, incluyendo las literas que estaban cerca de la mía.

Mi amigo brasilero no había llegado. ¡Qué problema! Sin él, me sentía más insegura.

Pensé:

-¿Qué pijama me pongo? ¿Y si uno de estos españoles o huéspedes del lugar, les da por buscar calorcito en mi cama?

¡Oh no! ¿Qué voy a hacer?

No había pensado en un vecino sádico. Solo había pensado en fumones o peorros, pero por la idea del sádico, no me había paseado.

Debo ejecutar un plan.

Decidí ponerme un mono largo, y como era bota ancha, me coloqué unas medias largas y por dentro de ellas, metí la bota del mono. Me puse un sweter. Quería ser, lo más parecido a un monje tibetano. Nada apetecible.

¿Y en la cara que hago? Si ven que no soy un monje quizás se antojen.

Pues me acosté, me puse un antifaz que había llevado para el avión por mi insomnio y adicionalmente me coloqué alrededor de mi cabeza, una funda que me habían dado para la almohada, con el fin de parecerme a una momia. Al menos eso pensaba yo.

Mientras trataba de conciliar el sueño, bajo estas circunstancias, pensé muchas cosas y rezaba. Recé mucho para que no se ocuparan las camas que quedaban vacías y estar a salvo, solo con mi nuevo amigo brasilero sin nombre, que se veía inofensivo.

Pero los santos estaban de huelga. No me pararon medio.

Empezaron a llegar hombres y hombres, a medida de que la noche era la reina, la momia yacía aterrorizada en su cama.

Disimuladamente, movía mi antifaz para tratar de ver al espécimen desconocido que acababa de llegar y que iba a dormir a unos pocos metros de mí, por si tenía que hacer un retrato hablado en la mañana, si algún crimen se cometiera en la habitación 2F.

Oía las correas masculinas caer al piso junto con los pantalones de mis vecinos. Es decir. ¡Estaban semi o completamente desnudos! ¡Santa cachucha, se van a meter en mi cama!

Tenía miedo.

Algunos llegaban vociferando ebrios y yo pensaba… ¿y si les da por averiguar que había debajo de la momia?

No podía dormir.

¿Quién podría dormir así en ese estado de pánico?

La otra cosa por la que temía, era dormirme y que al despertar, mis maletas hubiesen desaparecido, por lo que opté, por colocarlas al pie de la cama, una junto a la otra, y a la que quedaba más al exterior del colchón de la cama, le metí mi pie por dentro de la agarradera de tela que traen y así, tratar de asegurarlas de alguna forma, y si me dormía y alguien trataba de llevársela, yo me despertara de inmediato.

Como era de esperarse, no dormí.

Mi primera noche en la Madre Patria: noche de perros.

Estaba tranquila al menos de que las cosas de más valor, estaban protegidas en mi locker.

Contaba los minutos para que se hiciese de mañana y que se acabara mi agonía.

Y cuando llegó el alba me dije:

-Chica, aunque sea, duérmete un ratico. Todo está bajo control.

Desperté por la tos de fumador de uno de los 12 compañeros de cuarto y decidí levantarme, volver a la hazaña del baño 1x1 y salir de allí lo más pronto posible, a tomar el desayuno. Dormiría dos horas.

Cuando regreso de tomar el desayuno, en un lindo lugar fuera de mi hostal, ¿cuál es mi sorpresa? Lissette Josefina, una viajera del tercer mundo, con algo de mala suerte, se da cuenta de que no supo cerrar el locker moderno que le habían asignado y ¡todas sus pertenencias de valor, habían estado allí, expuestas a la buena de Dios! Cuando estuve todo el día anterior fuera con mi sobrino, mientras me bañaba, mientras dormía con 12 extraños y mientras estuve desayunando.

No fue un buen augurio mi primera noche.

-¿Y ahora qué hago? ¿Me pongo a llorar? ¿Me devuelvo a Venezuela? ¿Le mento la madre a todos en el hostal, incluyendo a la de la recepción y a los dos fumones hediondos? O…como en “Quien quiere ser millonario” ¿llamo a un amigo?

Enrique. Siendo el amigo de un amigo, y con solo habernos visto una vez en la vida en Caracas, me sacó del hostal, cargó mis pesadísimas y averiadas maletas por las escaleras, el bendito ascensor seguía en reparación, me sacó de la preocupación, de la angustia, y como un ángel, me dio asilo en su casa y sobre todo, me dio su amistad y cobijo, lo cual agradeceré por los siglos de siglos, amen.

Como dicen por ahí, al inocente lo protege Dios y mi peregrinar se había acabado. No más risitas burlonas. Ni peludos. Ni noches en vela.

San Enrique me había salvado.

 
 
 

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