LOS PACHECO - UNOS VECINOS HIJOS DE FRUTA
Capítulo 1. La orgía.
Esta es la historia de Federica, una refinada señora que por los asares de la vida, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró viviendo en el barrio más invivible de Caracas.
Una noche cualquiera, pudo ser martes, jueves o lunes, Federica se acostó feliz en su cama, en donde se disponía tener un merecido descanso del largo y agotador día que había tenido, en su cama 2x2 tendida con suaves sábanas de algodón árabe, cuatro almohadones de plumas de ganso y la brisa fría de un clima de montaña, con el que no necesitaba, en ninguna estación del año, usar aire acondicionado.
Pero sus planes fueron interrumpidos y su paz había sido coartada esa noche, y la mayoría de las noches desde hace tres años, cuando se mudaron Los Pacheco al piso de arriba.
-¿Qué se oye? Son las 11 de la noche mamá, ¿qué está haciendo esa gente arriba?
Se oían pasos de mamut. De cuatro mamuts deambulando a casi la media noche, por toda la casa. Además eran atléticos porque subían y bajaban las escaleras incasablemente durante las horas que duraba su escandaloso vivir, antes de que se dignasen a dormir.
También se oían como diez ollas mondongueras que sacudían sin cesar, supongo que contra el piso mientras hacían algún baile o ritual, con un menjurge hediondo preparado con ramas, una oreja de gato, mas unas alas de algún pájaro.
Luego se acostaban y a las tres de la madrugada, comenzaba de nuevo el ruido. El ritual. El mamut. El menjurge podrido y seguro orgías, porque de otra forma, ¿qu haría tanta gente despierta deambulando de madrugada por la casa sin cesar, sin dormir y haciendo tanto ruido en el piso? Seguro habían orgías.
Federica hubiese dado todo por tener un huequito por donde ver todo lo que sucedía en esa casa y que le tenía perturbada su tranquilidad, pero debía conformarse con los consejos que ella misma le daba a su hijo y dejar de pensar en todas las posibles cosas que hacía la gentuza arriba, que la iban a volver loca.
-Trata de dormirte. Ponte una almohada en la cabeza y piensa en otra cosa.
Federica le aconsejaba esto a su hijo mientras ella mentaba madre y pronunciaba en su mente todas las groserías que se sabía y que había prometido no decirlas, para que su hijo no copiara el ejemplo de la vulgaridad y no se pareciera ni a los lejos, a los vulgares de Los Pacheco. Le metía golpes a la almohada, gritaba tapándose con ellas o se metía a bañar, para que las lágrimas por la desesperación de no poder dormir durante días, meses y años, se fuesen por el desagüe junto con el agua de la regadera.
Los elegantes Pacheco, eran como diez personas en un apartamento de tres habitaciones y solo unos pocos metros cuadrados.
Sin embargo y pese a que eran doscientos, les llegaban siempre invitados a pie, con unas bolsas de mercado de cuadritos, donde supongo yo, traían su equipaje, porque maleta no tenían, y se instalaban varios días en casa de Los Pacheco, para multiplicar el ruido que ya de por sí, ellos solos hacían. Era como la sala de fiesta familiar. Ellos siempre recibían gente, todos los santos días y nunca salían a ninguna parte.
A veces, cuando alguno de los invitados venía en carro, daba miedo de que en cualquier momento llegara la policía a detener al dueño de esa cosa de cuatro ruedas, porque siempre eran unas chatarras destartaladas, con puertas de varios colores, con los vidrios escritos con cosas como: “por fin se graduó de bachiller la gorda” y botando gasolina o aceite, como si el carro se hiciera pipi.
Federica se jactaba de ser una buena persona, de ayudar al prójimo, de ser compasiva, solidaria, sensible y se preguntaba:
-¿qué pecado estoy pagando con esta desgracia de marginales que viven aquí, arribita de mí?
Se convencía pensando que su mal comportamiento, sin duda había sido en otra vida, porque en ésta no había mayor cosa que criticar, excepto algunas infracciones de tránsito, porque manejaba como una loca; o por la impuntualidad que su hermana odiaba o por pintarle una paloma a todo aquel que se le atravesara en la vía, cuando ella iba conduciendo desaforada, probablemente retrasada para alguna cita, por las vías de la ciudad.
Los ruidos de arriba no cesaban con el tiempo, ni con los reclamos sutiles que ella y su hijo Peter le hicieron a sus nuevos vecinos, en cuanto se mudaron, al contrario la respuestas eran:
-¡vete a joxxr al coño, mariquito de miexx!
-¿por qué no pensaron que tendrían vecinos arriba antes de mudarse? ¡Ahora joxxnse!
-¡si me siguen ladillando, voy a publicar un video que le grabé a tu hijo besándose con la novia!
Como verán, eran una cuchura de familia, la que Federica y Peter tenían viviendo encima de ellos. además de escandolosos, ¡violaban su privacidad!
La vieja Pacheco, era la peor de todos. Ella era quien grababa los videos, porque otro día amenazó a Federica con publicar otro video.
Era ordinaria y burda, recién sacada de cualquier barrio caraqueño, en donde las cosas no se arreglan hablando, sino gritando o a los golpes.
Era bruja de profesión aunque decía que era psicólogo terapista, ¡ah!, y grabadora de videos. Que creativa la señora.
Entre los vecinos comentaban que el marido, que no era su esposo, estaba embrujado. Le decían “el bobolongo”, porque parecía la jeva de la casa y el macho, la vieja Pacheco.
La verdad es que ahí, en esa casa pasaban cosas raras, tan raras, que Federica y Peter pronto empezarían a descubrir.
Continuará...
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