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ANÉCDOTAS DE UNA VIAJERA DEL TERCER MUNDO -Yo no “juí”.

Irme de viaje siempre me ha puesto nerviosa.

Pensar que se me quedó algo, que algo no va a salir como lo tengo planeado, me pone como loca de pueblo, alterada de los nervios. Y si voy hacia los Estados Unidos aún más. Me atormenta pensar: si no me dejan entrar, si el de inmigración me mete al cuartico… y desde la noche anterior al viaje y también, mientras bajo la autopista Caracas-La Guaira, voy hiperventilando.

En esta oportunidad que les voy a contar, me iba de viaje, un Caracas-Miami con escala en Santo Domingo (RD), junto con una amiga.

Después de casi dos horas volando escuchamos:

                -Bienvenidos al Aeropuerto Internacional de las Américas de República Dominicana.

Se empiezan a escuchar como de manera inmediata, todos los pasajeros comienzan a quitarse los cinturones de seguridad y las conversaciones suben de volumen, aderezando el escándalo con risas y uno que otro: “Fulana, no te olvides de la bolsita del Duty Free, que tienes debajo del asiento.”, a gañote suelto de un asiento por allá por allá en la cocina, a uno que está en la fila 9.

Mi amiga y yo, contagiadas de alegría por haber llegado a nuestra primera parada, nos quitamos el cinturón con sonrisa de oreja a oreja, mientras, yo hago un paneo tipo ventilador de Río Chico, levantándome un poco de mi asiento, para ver cómo va del desembarque del avión.

De repente, escuchamos de nuevo por las cornetas del avión:

                -Buenos días. Les habla Menganito García, Capitán de vuelo. Les agradecemos a todos mantenerse sentados, hasta tanto les sea indicado. Se llamarán a dos pasajeros que tendrán que salir con su equipaje de mano y todo el resto de los pasajeros, deberán quedarse sentados. Repetimos. Todos los pasajeros deberán quedarse sentados; excepto estos dos pasajeros, que serán nombrados y deberán desalojar el avión con su equipaje de mano.

Todos quedamos medio asustados con la información que dio Menganito.

Se escuchaba por todos lados: ¿qué pasa? ¿Qué pasa? Mientras todos volteábamos a todos lados, a ver si encontrábamos alguna pista que nos indujera  una respuesta.

Yo le digo muy sobrada a mi amiga:

                -eso fue que le encontraron droga a esos dos pasajeros.

Mi amiga sorprendida:

                ¿Tú dices?

Yo más sobrada aún:

                -Claro. Y seguro los está esperando la policía afuera. Delincuentes. ¡Bien hecho!

Me vuelvo a sentar, ahora más relajada, esperando sean llamados por los parlantes los dos pasajeros delincuentes que serán observados por todos con desprecio, por su dudosa reputación.

Mirando distraída por la ventanilla, escucho a lo lejos:

                Lissette Van der Biest y Perensejo Vargas.

Sigo mirando por la ventanilla, inmóvil, estupefacta, pero con los dos ojos como huevos fritos y vuelvo a escuchar:

                -Lissette Van der Biest y Perensejo Vargas. Tomen su equipaje de mano y abandonen el avión. Serán escoltados por un agente de seguridad.

Ahora si no había duda de quienes eran las traficantes. ¡Una de las delincuentes era yo! ¡La hija de Luiselena y Gonzalo, presa en República Dominicana por drogas!

Mi amiga me mira y me dice asombrada:

                -¿tú no trajiste queso en la maleta, verdad?

Y yo asustada que casi no podía mediar palabra y medio torpe para levantarme del asiento, de los nervios que se apoderaron de mí, le digo:

                -¡no! ¡Te lo juro que no! ¡No me traje ni el talco! ¡Te lo juro Male, te lo juro que no metí nada raro!

Dejando a mi amiga con cara de desconfiada y cómplice de la criminal, desfilo por el pasillo del avión, bajo la mirada puyúa de todos los pasajeros que gritaban en silencio: “¡delincuente! ¡Narcotraficante! ¡Mula!”

Sin poder levantar la mirada en el recorrido hacia la oficial de seguridad, pensaba: “Me sembraron algo, me sembraron droga. Solo esto me pasa a mí. ¡Me van a meter presa!”, mientras el corazón me latía a 2.500 pulsaciones por segundo.

Retomando por un momento mi olvidada seguridad, alimentada de mi inocencia, le pregunto a la oficial:

                -¿Me puede decir que está pasando?

                -No le puedo adelantar nada. Debemos esperar a su compañero.

Alterada y casi gritando, le contesto:

                -¿Compañero? ¡Ningún compañero! ¡Yo estoy viajando con una amiga! Créanme, ¡me están confundiendo con alguien!

Dije: “¡nada! Efectivamente me montaron en una olla, me metieron droga en la maleta y me están involucrando en un delito con un manganzón del gobierno y adiós luz que te apagaste, Lissette Josefina. Bien bonito.”

En eso veo llegar a mi supuesto compañero y mis sospechas fueron corroboradas: ¡quince años de cárcel mínimo! No había nada que hacer: un barrigón feo, con camisa de marca pero apretada, pantalones chupi chupi y zapatos caros, y una cara de Barrio Adentro Barrio Tricolor que no podía ocultar, debajo de todos las marcas y los dólares que le había costado su outfit.

Con las lágrimas queriendo saltar de mis ojos, pensando en veinte mil cosas a la vez y en todo lo que me podría pasar a mí, a mi hija, a mi familia e incluso a mi amiga, me empecé a sentir como una delincuente, mientras pensaba que era la última vez que caminaría en libertad, antes de que me pusieran las esposas.

Llegamos a una sala, donde nos estaban esperando dos policías grandotes con dos perros Pastor Alemán, más grandes que yo. Mientras el pran barrigón, iba caminando risueño y relajado, yo pensaba: “lo que es estar acostumbrado al delito. ¿Mira cómo va? Contento y tranquilo. Que desgracia.” Lo miraba con odio y desprecio.

Yo, en nivel casi de resignación, vuelvo a preguntarle a la oficial:

                -¿Ahora si me pueden decir que está pasando?

                -Por normas de seguridad y la lucha anti drogas, se han escogido dos nombres aleatorios para ser revisados. Tanto ustedes, como sus equipajes de mano serán revisados. Una vez se haya realizado el protocolo, pueden retirarse libremente. Disculpen la molestia.

Y yo…¿what? ¿Molestia? ¿Creen que lo que me causaron fue molestia?

Por un momento pensé que estaría presa, que no vería mas a mi familia, que mi amiga me odiaría por delincuente, que envejecería vestida de naranja, que no vería nacer a mis nietos y que me convertiría en una vieja canosa arrugada, que por años, no vería más el sol, solo pensando: ¿cómo se acabó mi vida así? Si se lo juro señor, ¡yo no “juí”!

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