ANÉCDOTAS DE UNA VIAJERA DEL TERCER MUNDO. EL NEFASTO VIAJE AL MUNDIAL DE BRASIL. Primera parte.
- Lissette Van der Biest
- 28 jun 2019
- 8 Min. de lectura
¿Y qué les hace pensar que a mi alguna vez me ha gustado el futbol?
Debo aclarar que el Mundial de España 82 me lo calé completico, con mi hermana menor. Tenía mi álbum de Panini, era fan de un futbolista llamado Di Stefano y amaba a “Naranjita”, la mascota de ese entonces.
Pues sí. Solo esa vez porque el aburrimiento me mataba silente y poco a poco, me vi todos los juegos del mundial, porque de resto, he visto la Copa América, hasta que la Vinotinto es descalificada. Hasta ese momento llega mi amor al futbol. Un amor muy superficial como verán.
Entonces ¿qué me hizo emprender un viaje a ver el Mundial Brasil 2014?
Pues por “salía” (como decimos en Venezuela) o faramallera. Por nada más. Y bien hecho. Para que aprenda a que no a todo se le puede decir “YES”.
- Mañana me voy a Brasil.
Nos comenta mi ex novio, con quien había terminado relación hacía año y medio, pero con el cual mantenía una relación cordial y con quien, por cosas de la vida, mis hermanas habían hablado para que nos ayudara a cuadrar la logística, para poder llegar desde el aeropuerto de Punto Fijo a Cumarebo, donde íbamos a visitar a mi papá.
-¿Ah si? ¿Y como es eso, si tú no quieres soltar ese cují? – repliqué de inmediato.
¿Por qué será que cuando un hombre termina con uno (o uno con él, no importa el caso), como por arte de magia empiezan a hacer todo aquello que le suplicabas de rodilla hicieran, pero que nunca tomaba en cuenta?
Este señor, estaba anclado en un cují (que es un árbol típico de la zona de Falcón donde vivía) y no le gustaba viajar, cosa por la cual, siempre he delirado y le suplicaba hiciéramos juntos.
-Estas invitada. Vente conmigo.
¿Pero quien me dijo a mí, que era buena idea escuchar a los demás y no a mi voz interior que me decía: huye, huye hija, estas a tiempo?
-¡Ve, ve! ¿Cuándo vas a volver a tener oportunidad de ir a un mundial, Matica? ¡Ve! Me decían mis hermanas emocionadas.
-El próximo es en Rusia y luego en Qatar – increpa él.
¡Dios, eso es lejos! Brasil está realmente más cerca. Eso es cierto.
También era cierto que me llamaba la atención ver a Ronaldo, o a las piernas de este, corriendo sudado por aquella inmensa grama verde.
- No sé. ¿Esto tan precipitado? No sé – dudaba sin parar.
-Tengo todo cuadrado. Si te animas, mañana paso por ti y comenzamos el viaje.
En el parabrisas habría que haber escrito con cera de pulir latonería: “de Punto Fijo a Manaos”, que era la travesía que me estaban convenciendo a hacer, aunque yo empezaría desde Caracas y me ahorraba al menos seis horas de carretera.
¿Estoy loca? ¿Qué estaba a punto de hacer? Me repetía sin cesar. No, no, no. Nada de eso.
Pero la piquiña y el casquillo no me dejaron en paz hasta que di el sí.
Algo así como aceptar matrimonio, sabiendo que vas directo al divorcio con juicio y quizás con alguien preso.
En menos de veinticuatro horas, este flamante cuerpo, sentado en la silla de copiloto de la camioneta del señor del cují, se torturaba sin cesar, cada vez que se preguntaba: “¿qué carrizo haces aquí?”
Me quise bajar del carro en la carretera, lanzarme a una cuneta mientras la camioneta iba rodando y morir en ese momento, por arrepentimiento. Yo realmente no quería estar ahí. ¡No puede ser que Ronaldo me haya hecho tomar una decisión de este tipo!
Nada que hacer. Había reaccionado para variar, muy tarde.
En Santa Elena de Üairen dejamos la camioneta de mi ex, en casa de un conocido y de allí alquilamos un carro, porque nos dijeron que era peligroso manejar esa carretera sin conocerla. Nunca entendí por qué no nos fuimos en avión, si él tenía “todo cuadrado”.
Desde Santa Elena (Frontera de Venezuela con Brasil) hasta Manaos, ciudad donde se efectuaría el juego Portugal –USA, y por el cual yo estaba dejando mis posaderas en un asiento, eran como doce horas de carretera selvática, en unas condiciones muy inferiores a las deterioradas carreteras de mi país. En ese momento entendí, el por qué el peligro de tomar esa carreta sin conocerla, más aún, cuando nos contaron, que si te quedabas accidentado, salían unos indios que eran caníbales y simplemente desaparecías. Ni la policía ni la Guardia Nacional, se metían en esos casos, y como no queríamos ser la carnita mechada de un Yanomami, resignada, iba haciendo mi regresión del tiempo: faltan cuatro horas, faltan tres horas, faltan dos horas, falta una hora… ¡llegamos a Manaos!
El señor que me había invitado, y me había dicho muy seguro de sí, delante de toda mi familia que “tenía todo cuadrado”, después de un viaje en carretera de más de doce horas, confiesa que no tenía reservado hotel.
¿Alguien puede imaginarse mi cara cuando escuché decirle a este sujeto, que no tenía reservado un lugar, en donde pasaríamos esa noche, ni el resto de los días?
Me sentí como Ally Mcbeal, cuando ahorcaba a alguien en sus pensamientos, mientras en realidad ella solo lo miraba. Pues algo así. Solo lo miraba.
Un mundial de futbol en una ciudad, no es una caimanera en su pueblo, ¿En verdad este señor pensaba que íbamos a conseguir hotel así, facilito no más?
Eso es lo que pasa, cuando se vive pegado a un cují.
Pues, le dije tratando de que no saliera fuego de mi boca, después de que el taxista nos llevara a un hotel (que según él, podía servirnos y que no era más que un hotelucho de mala muerte de carretera, que hasta asesinatos debieron ocurrir allí) que buscara en “hoteles.com” con la no tan grata noticia para él, que el único hotel que quedaba con habitaciones disponibles, era uno 5 estrellas, donde por cierto, se hospedaría el equipo americano y portugués. Es decir, las piernas de Ronaldo estarían allí.
Pues, estuvimos unos días en ese hotel, que ya no recuerdo el nombre, ni tampoco recuerdo si fueron dos o tres días, hasta que llegaron las selecciones y todo el hotel quedó full y esta viajera y su combo de cují, les tocaba buscar de nuevo donde dormir.
Volvía una y otra vez la pregunta, a atormentar mi mente: ¿me puedes decir que haces aquí?
Un amable brasilero del hotel, nos recomendó un hotelito de menos categoría, ubicado hacia el centro de la ciudad, que vendría a ser como en Las Mercedes (Caracas), porque era donde estaba la movida y la fiesta de Manaos, por lo que a pesar de que el hotel, era bien Federico (es decir: feo), estaba bien ubicado y podíamos conocer un poco más de la noche brasilera.
Debo confesar que me quedé anonadada de ver la falta de escrúpulos que en general, tenían los jóvenes que salían a fiestar cerca del hotel: no solo hacían numero “1” por doquier, sin pena alguna, sin ponerse de espaldas siquiera, sino que también lo hacían las mujeres y simplemente donde les provocaba, en medio de una acera alumbrada, se bajaban la falda o pantalón, se agachaban y el pis bañaba las calles. Eso lo vi con número “2” también. Es decir que la calle estaba decorada y olorosa de muestras orgánicas.
De igual manera el sexo era abordado de una manera, como si esa noche se acabaría el mundo, sin censura alguna, por lo que también vi cosas que hubiese deseado no ver y no porque yo no las haya hecho, sino que me enseñaron que eso se hace en privado. Pues estos brasileros y turistas, eran muy generosos y todo lo compartían: todas sus necesidades básicas eran expuestas a todo público.
Pues, rodeado de todo aquel panorama de cerveza, algarabía, música, falta de pudor, cero higiene en las calles, me encontraba sentada conversando muy agradablemente con “Monsieur Cují”, que a pesar de haberme mentido y de no haber tenido nada cuadrado, como me había dicho, al final, había podido resolver todo lo que la improvisación implicaba.
Al transcurrir la noche, le hice una pregunta al Monsieur Cují (que me la guardo) y supe que fue incómoda en ese momento, porque me respondió alguna cosa antipática y le pareció que lo mejor era dejarme sentada, en un banco de una plaza de Manaos, sola, envuelta en ese escenario que ya describí e irse lejos, quizás para el hotel o no sé a dónde, porque no se despidió de mí.
Pensé que se devolvería al darse cuenta de lo que hacía… ¡me estaba dejando sola en una ciudad desconocida a las dos de la madrugada!
Conté: uno, dos, tres, cuatro…llegue a veinte y Mister Cují no regresó.
Me quedé sentada sola en aquel banco.
Me doy cuenta de que debo pararme e irme al hotel, que quedaba cerca y recordé en ese momento ¡que yo tenía las llaves! ¡Bingo! Aunque sea, eso estaba a mi favor.
Al llegar al hotel, veo a este señor sentado en la entrada y paso sin decirle nada. No quería ni verlo, pero cruzamos algunas palabras, que prefiero olvidar. Estaba lleno de ira.
Me acerco a la recepción, y a la chica de guardia, quien por cierto babeaba, yo sin reparo desperté:
-¿usted ve ese señor que esta allá? Señalo a quien me había dejado sola a mitad de la madrugada, alias Monsieur Cují.
-Si claro- me responde con su aliento a boca cerrada.
-Si usted lo deja entrar a mi habitación, llamo a la policía. ¿Me entendió? Haré un escándalo que se enterará todo el hotel. ¡No puede dejarlo entrar a mi habitación! ¡No le de otra llave!
Todo esto en portuñol, que por cierto, es muy fácil entender y hacerte entender en Brasil, a todo le colocas el sufijo “ao” y listo. Algo gracioso pero funciona.
Pasé lo que quedaba de noche pensando que hacer.
Decidí salir temprano, muy temprano, antes que él fuese a tomar el desayuno del hotel, y de ahí, irme rápido con lo que tenía puesto ( el único pantalón que tenía), que era lo mismo de la noche anterior, porque las tres mudas de ropa que me había llevado, eran de short y franela, porque en Manaos hace muchísimo calor, pero al aeropuerto no podía irme así. Que falta de glamour.
Así que bañada, sin perfume y sin ropa limpia, ¡ah! y con una bolsa plástica como maleta (mi maleta la había dejado en Santa Elena de Üairen, para no traer mucho equipaje, y había metido mis cosas en un bolso de Mister Cují, el cual tuve que dejarle) esperaba un taxi en la calle, frente al hotel, pero era muy temprano y apenas la gente se estaba acostando de la rumba de la noche anterior.
Le dije a otra chica en la recepción (que no era la del aliento a mudo de la noche anterior), que me llamara un taxi y tampoco ella conseguía… hasta que por fin, apareció uno quien me dice:
-¿A dónde la llevo?
Menos mal que le hice caso a una cuña de tv que decía por ahí “nunca salga sin ella”: mi tarjeta de crédito americana sería mi salvación.
- Señor, por favor, lléveme a un cajero. Si allí puedo sacar dinero, me lleva al aeropuerto, si no, me lleva de regreso al hotel.
No tenía dinero para pagar ese taxi en donde iba montada. Por supuesto que el taxista no lo sabía. Yo sudaba y rezaba.
Osada yo que tomé ese taxi sin saber, si el cajero me dispensaría el dinero ya que no había notificado al banco que decidí a última hora conocer las piernas de Ronaldo, si no, debía regresarme al hotel y pensar en otro plan, que no sabía si implicaba ver a Ronaldo: después de todo, para eso había ido y el juego era justo ese día.
¡Pero voilà! ¡Tengo el efectivo! ¡Señor, al aeropuerto!
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