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ANÉCDOTAS DE UNA VIAJERA DEL TERCER MUNDO. El nefasto viaje al mundial de Brasil. 3ra parte.

  • Lissette Van der Biest
  • 13 jul 2019
  • 7 Min. de lectura

A la mañana siguiente, me despertaron tocando a mi puerta: era mi nuevo amor con empanaditas y un café. En ese momento, lo amé más.

Nos fuimos al terminal a comprar los pasajes y habían dos opciones: una era irme en un autobús que duraba 24 horas de viaje y me dejaba en Caracas directo o irme en otro hasta Puerto Ordaz, que eran 12 horas y allí ver que hacer, si irme en otro autobús a Caracas, pero descansar en la noche en un hotel o irme en avión. Puerto Ordaz era una ciudad grande y había más posibilidades. Sin embargo, me dejé llevar por su recomendación:

-Yo me voy en el que va directo a Caracas. Tratas de dormirte todo el camino y cuando vienes a ver, estas en Caracas, sin hacer muchas paradas. Ya mañana a esta hora, estarías llegando.

Esas últimas palabras resonaron en mí.

Si. Me iré en el bus directo a Caracas.

Mi amigo amoroso, me buscó en su carro que olía a gasolina y me dejó en el terminal.

Me dijo donde eran los mejores asientos, qué hacer y qué no hacer. Una guía rápida de los tips de un viajero de Santa Elena de Üairén a Caracas en bus.

-Gracias. Jamás te voy a olvidar y nunca tendré como pagarte a ti y a los señores de la pizzería todas las atenciones para conmigo.

Y no fue una frase hueca. Estoy inmensamente agradecida con esos ángeles que Dios me puso en el camino, si no, no sé que hubiese sido de mi. Quizás carne mechada.

Llevaba como dos horas de viaje y sentía que estaba viviendo los últimos días de mi vida. No exagero.

El autobús parecía se iba a voltear en cada curva.

En cada pueblo. El autobús se iba parando a recoger más gente, por lo tanto, el puesto que tuve vacío, buena parte del trayecto, se ocupó de un pasajero, que luego se bajó, luego por otro, y aunque no puedo decir que era gente fea o mala, yo iba muy insegura e incómoda.

Las curvas seguían y mi olor a muerte se incrementaba. Entré en un estado de histeria. Mi corazón palpitaba arrítmicamente y sentía que ésta no la contaría. En serio, pensé nos íbamos a matar en ese autobús.

Paramos en un lugar para comer. “el famoso kilómetro 88”, allí prendí el teléfono para llamar a mis hermanas y decirles que creía que iba a morir. Que ese autobús iba a toda velocidad y en cada curva, como era de dos pisos, parecía que nos íbamos a voltear.

Tal fue mi estado de desesperación que mis hermanas me dijeron, en el transcurso que duró la parada en el kilómetro 88, que sería de media hora:

-Dile al chofer que te deje en Puerto Ordaz. Mantén el teléfono con pilas que te volvemos a llamar para darte las indicaciones.

Lloré de felicidad. Ya no iba a morir en una carretera. Volvería a ver a mi hija y a mi familia.

-Disculpe, ¿usted es el chofer?

Le dije a un negrito simpaticón pero muy serio, que almorzaba una generosa sopa de verduras:

-Disculpe, necesito que me deje en puerto Ordaz y sacar mi maleta del bus. Tengo una emergencia familiar y debo bajarme allí.

-¿Puerto Ordaz? Yo no paso por Puerto Ordaz.

¿Cómo que no pasaba por Puerto Ordaz? Yo había oído que esos autobuses pasaban por Puerto Ordaz. ¿O yo había oído mal? Ya no sabía nada. ¡Ay Dios mío! ¿Y ahora que hacía?

-De verdad necesito bajarme en Puerto Ordaz- supliqué con la cara del gato de Shrek, que la verdad no es mi fuerte, pero la desesperación te hace hacer cualquier cosa.

-Pero es que yo no paso por Puerto Ordaz. ¿Cómo te dejo en un lugar por donde no vamos a pasar?

-Yo…bueno…es…- no lograba atinar una frase.

“¿Qué voy a hacer?” Era lo único que pasaba por mi mente. “Si no me bajo de este autobús, voy a morir en la carretera o por un ataque al corazón”. Había caído en un estado de nervios en el que nunca había estado y temía por mí.

-Pasamos por las afueras de Puerto Ordaz. Por el peaje. Pero eso allí es solo y muy peligroso. No te puedo dejar ahí. ¿Tú viajas sola?

-Sí, estoy sola.

Otra vez me recordé de Mister Cují y su madre.

-Yo no quisiera dejarte ahí es muy peligroso.

-¿En serio? Pero es que necesito bajarme.

-Bueno, avisa que te dejaremos en el peaje de las afueras de Puerto Ordaz.- me dice medio perturbado el chofer. Luego llama a alguien que supongo trabajaba en la línea de buses- ¡Fulano! Búsquele la maleta a la señorita. (¿Señorita? ¡Ja!)

Yo me monté en la primera parada: Santa Elena. Mi maletín era pequeño y como fui una de las primeras pasajeras, mi maletica estaba arrumada por allá en lo profundo la inmensa cabina para equipaje del bus. Así que hubo que sacar todo, todo el equipaje de los demás, para buscar mi maletín.

Apenada me acerco al chofer:

-Muchas gracias. Aquí lo tengo.

-¿Segura te van a buscar en el peaje? Mira que llegaremos cerca de las 12 de la noche.

El bus salió a las 12 del mediodía de Santa Elena. A las 12 de la noche estaríamos en Puerto Ordaz. De nuevo mis nalgas fueron poseídas por el cojín de un asiento. Esta vez, la de un autobús doble piso, aterrador por demás.

Ya era de noche, quizás las 10 P.M. y se acercó una muchacha preguntando:

-¿Quién es la que va a bajarse en Puerto Ordaz?

Esa misma era yo.

Agarré mis peroles y le pasé por encima a mi compañero de asiento que babeaba a mi lado y llevaba equipaje como si se estuviera mudando en bus. Pensaba: “¿ya son las 12? “¿tan rápido?”

Logré comunicarme con mis hermanas durante el viaje de manera intermitente, ya que la señal de celular, como estaba en la selva era muy mala.

-Ya te conseguí pasaje. Te regresas mañana a Caracas en un vuelo a las 11 A.M.- me dice una de mis hermanas.

¡Qué bueno! Al menos ya se acabaría mi tortura.

-Tienes reserva en el hotel “Mara Inn” - en donde iba a poder dormir como tenía días no dormía y en donde me podría dar un baño de reina.

-Gracias hermanas, gracias – con lágrimas y mocos mezclados en mi cara.

Mis hermanas sufrieron mi peregrinar tanto o más que yo. Me llamaban y yo lo que hacía era llorar, ¿qué carrizo hacia yo ahí, con un estado de nervios, con miedo a perder mi vida? ¿Por qué tuve que decir que sí a ese viaje? ¿Quién me dijo que las segundas partes eran buenas? ¿Por qué me dejé convencer por Mister Cují?

-Lo que no hemos conseguido es quien te busque en el peaje. Solo eso nos falta.

Que angustiante situación. La llamada se caía. Yo lloraba. Me llamaba una. Se caía, me llamaba otra de mis hermanas, me estaba quedando sin pilas; total que no tenía claro si finalmente alguien me recogería en el peligroso peaje y en vez de carne mechada, sería la carne molida de algún malandro.

Me fui con la chica que me fue a buscar a mi asiento, hacia la parte delantera del bus, pero ¿cuál es mi sorpresa? Que me dijo que me pasara a la cabina del conductor.

Si ya yo iba asustada con ese viaje en ese mega autobús, en esas mini carreteras, ahora lo viviría en primer plano.

Llegué a la cabina del chofer y escuché de fondo a Roberto Carlo, con su “Amada amante”.

-Buenas noches – le dije al chofer- Me encanta esa canción.

-Bienvenida. A mí también me gusta mucho Roberto Carlo. Entonces la vas a pasar muy bien aquí, porque es un CD con sus grande éxitos.

Y de ahí en adelante empezó una conversación muy amena entre el conductor y yo, confesiones de parte y parte como si nos conociéramos de toda la vida. Creo que prefería verlo a la cara, que ver el vidrio del bus, que me ponía de frente en la aterradora carretera oscura y me sentía demasiado expuesta a una desgracia. Quien no se ha montado en una cabina de uno de estos mega buses no sabe lo que les digo, quien si lo haya hecho, comprenderá que era mejor fingir demencia para evitar concientizar lo que estaba viviendo.

-Yo sueño con dejar de manejar, pero gano buen dinero, con el que quiero comprarle una casa en Mérida a mi negrita y consentirla hasta que seamos muy viejitos.

Que bello era ese chofer. Luis. De él si recuerdo su nombre. Le escribí en varias oportunidades durante algún tiempo, hasta que me robaron de nuevo el celular y perdí su número.

-Que buena compañía resultaste ser. Qué bueno que me viniste a acompañar. Tenía sueño – me confesó Luis, el chofer.

-Tú también y gracias por el favorsote.

Al final, le conté la realidad de mi urgencia familiar a Luis.

-Ya estamos por llegar. ¿Estás segura que te están esperando?

-Eso me dijeron. Esperemos que sí, porque ya no tengo pilas.

Llegamos al peaje alrededor de las 12 de la noche y allí estaba un carro con las luces intermitentes que parecía ser el susodicho que me esperaba.

-Nunca más vuelvas a perder tu tiempo ni tu amor, con un hombre que es un patán y no te trata como te mereces. Tú eres una dama y con un bello corazón.

Apagó el bus y se bajó conmigo como si fuese mi hermano mayor. Pidió identificación al del taxi y una vez confirmado que era quien me iba a recoger, nos despedimos y aunque nunca más lo volví a ver, tampoco jamás olvidaré.

Llegué finalmente al hotel. Cómodo y placentero.

Relajada puse a cargar el teléfono, y empezó asonar, a casi la 1 de la mañana.

Me asusté. ¿Qué pasará? ¿Quién será?

-Solo quería confirmar que estás en tu habitación sana y salva y que vas a poder tener una buena noche.

Luis. El chofer.

Como verán, este viaje lleno de penurias y sinsabores, me dejó varias enseñanzas:

*Que la mona aunque se vista de seda, mona se queda.

*Que las piernas Ronaldo no merecen mi sacrificio.

*Que Dios nunca te deja sola. Siempre te manda ángeles para cuidarte.

*Que la familia lo es todo. Es siempre incondicional.

*Y que no se puede ser tan faramallero y decirle a todo ¡YES!

Ah, y este mensaje es para Mister Cují, si algún día lees esto que escribí…aprenda a ser un hombre y si no, cómprese una faldita.

 
 
 

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