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ANÉCDOTAS DE UNA VIAJERA DEL TERCER MUNDO. La cena con el capitán en Las Bahamas.

  • Lissette Van der Biest
  • 20 jul 2019
  • 8 Min. de lectura

Julio 2009.Collins Avenue. Cerca del mediodía.Más de 38 grados centígrados.

Shorts, camisetas y cholas: el outfit mayamero por excelencia.

-Mami ¿qué vamos a hacer mañana? –me preguntó mi hija.

La verdad no sabía que responder, porque ya llevábamos casi dos semanas en Miami y habíamos ido de compras, de paseo, a comer, a la playa, manejar bici, "dolce far niente" (no hacer nada) y todavía nos quedaban dos días para regresar a Caracas y que se terminaran nuestras vacaciones.

En eso, aparece un hombre en frente de nosotras como el Chapulín Colorado:

- Amigas, ¿qué van a hacer mañana? ¿Quieren ir un full day a Las Bahamas?

Se nos encendieron los ojos como dos cocuyos en la noche.

A mi hija y a mi, que ya estábamos aburridas y sin plan para los próximos dos días, nos pareció estupenda idea aquello de ir a las Bahamas, porque en primer lugar, no lo conocíamos, en segundo lugar una de mis hermanas acaba de conocerla y vino enamorada y yo quería enamorarme también y porque no teníamos mas nada divertido que hacer.

-Cuéntame como es la cosa- le dije al vendedor de la hermana República de Colombia, que me explicara de "pe a pa" como era el viaje que me vendía.

- Van a viajar en un crucero espectacular, en una embarcación modernísima con todos los lujos, con varios salones de juegos, discotecas, bares, piscina, diversas actividades al aire libre, varios salones de banquete y en la noche es la cena de lujo con el capitán. Allí deben ir muy bien vestidas para tener una noche inolvidable.

-¿Cena con el capitán?

-Si, deben ir con vestimenta de cóctel, porque si no estan vestidas a la altura, tendrán que ir a otro salón y se perderían la cena con el capitán, que es algo del mas allá.

-¿Y cuánto cuesta el full day?

-$200 por persona.

-¡Wao! Pero es muy caro. No. No voy a hacerlo.

-Pero ¡no puedes perderte esta oportunidad! ¿Cuándo vas a conocer las Bahamas? ¡No sabemos si hay un mañana! ¡Hay que aprovechar la vida! La vida es una sola.

Si, si, si. Todo eso era cierto. Pero ¿$400 por un día en la Bahamas? No. Era mucho y la vida corta para recuperarlos.

Desistimos de la idea. Pero al final de la tarde, sonó mi celular:

- ¿Como estas amiga? Soy menganito. El de la agencia Wachiwachi de Collins Avenue, para decirte que estas a tiempo de meterte en la lista del viaje para Bahamas mañana. Quedan dos puestos.

-¡Qué afortunadas! ¡Quedan tan solo dos puestos! ¡Para Sabri y para mi!

Aquí queda perfecto el refrán: Todos los días sale un pendejo a la calle, el que lo encuentre, es de él. La pendeja fui yo.

-Definitivamente esto es una señal- me dije-además, no conocemos la Bahamas. Ya estamos aburridas y sin plan. Puedo pagarlo, y más si vale la pena. Una experiencia como estas, no se tiene la oportunidad de vivirla todos los días.

-¿Sabes qué? Anótanos. ¡Nos vamos a las Bahamas!

Acordamos donde debía ir a pagar, me dieran mi recibo con el pago y cuadrar la logística para que nos buscaran en el hotel.

-5 A.M. en el lobby.

-¿5 A.M. en el lobby? – mi hija y yo a coro, que detestamos madrugar.

“Este sacrificio bien valdrá la pena”. Pensamos.

-Hija, acomodemos un bolsito con todas las cosas que necesitamos para pasar el día: traje de baño, toalla, bronceador, sombrero, ropa de cambio, ropa de playa, pantys, bolso playero.

- Mami ¿y qué nos vamos a poner para la cena con el capitán?

No había de que preocuparse. Teníamos ropa nueva, bella, que recién habíamos comprado y no nos habíamos estrenado.

-No hija, escoge el otro vestido, es más elegante, recuerda que es una cena de lujo.

Arreglamos todo y con una gran sonrisota, nos acostamos a dormir.

Despertador. 5 A.M.

Que desgracia arreglarse a esa hora de la madrugada.

Ojeras a su máximo esplendor.

No me arreglé el cabello. Tenía sueño y aunque me levante con 30 minutos de anticipación, a esa hora no soy gente e iba a cámara lenta.

Puntual pasó una Van por nosotras y fuimos recogiendo a otros pasajeros en hoteles de la Collins, que iban tan emocionados como nosotras de vivir esa experiencia, hasta que llegamos al terminal del crucero en Fort Lauderdale. Nuestra aventura estaba por comenzar.

Ví unas embarcaciones no muy diferentes a las de Conferry, pero pensé que quizás estaba muy dormida y como aun no amanecía, no estaba viendo muy bien y la realidad estaba siendo adulterada. No podíamos estar en Puerto La Cruz. Definitivamente, estaba dormida.

Entramos entusiasmadas al gran barco.

Queríamos conocer los salones de juego, las piscinas, los restaurantes, moríamos de hambre y toda la comida estaba incluida, así que sería un día para comer todoooo lo divino que se nos antojase, sin pagar un dólar.

Caminamos y caminamos por el costado del barco y no encontrábamos lo que buscábamos, por lo que decidimos volver a entrar.

Nos sentamos un poco desconcertadas en un salón.

-¿No se te parece esto a un ferry de Puerto La Cruz? ¿Casica Isabel o Concepción Mariño?- Le pregunté a mi hija quien miraba con desprecio a nuestros compañeros de sala.

-Esto es peor. Mira a tu alrededor- me dijo.

Nuestro entorno no era alentador.

Oriundos de la isla todos, arropados con grandes toallas peludas con la imagen de un tigre, una silueta de una mujer desnuda o un atardecer caribeño.

Todos, absolutamente todos los pies que decoraban las mesas de centro del salón o los cojines de los sillones donde nos encontrábamos sentadas, lucían uñas con hongos. Uñas amarillas, levantadas y gruesas era el panorama que veían nuestros ojos, por lo que decidimos pararnos de allí y tomar aire fresco.

-Vamos a buscar otro ambiente hija. Vamos a comer algo.

Los salones de comida no eran tales. Solo había un salón abierto, y la comida eran unos sándwiches de pan tieso y una lonja de queso y jamón quemados por el frío, envueltos en un plástico transparente, jugo de naranja artificial que te dejaba la boca amarilla de todo el colorante que tenían y unos postrecitos pequeños, con crema pastelera vieja, amarilla y tiesa, cortados en cuadraditos pequeños.

-¡Qué asco mamá! Yo no quiero comer esto.

Yo tampoco quería, y como pensamos quee íbamos a tener un día de comer hasta el cansancio puras delicateses, no traía en mi cartera ni una galleta, ni una fruta.

-Comamos cualquier cosa y luego nos desquitamos en la cena con el capitán.

Comimos algo para calmar el hambre y salimos a la piscina.

El vendedor nos había hablado de piscinas. Es decir plural. Varias.

Una sopa de caraotas 2x2, es la mejor imagen que puedo regalarles para que puedan hacerse una idea de que se trataba.

Por supuesto morimos de calor recibiendo el sol ardiente de Florida por varias horas, para no estar al lado de las uñas amarillas con hongos y no podernos meter en la piscina.

-Esto es un fiasco, mami. Creo que el colombiano nos estafó.

-No hija, tu vas a ver que la playa va a valer la pena. ¡Las Bahamas hija! ¡Las Bahamas!

Ilusionadas llegamos a la isla, después de un largo viaje de aproximadamente cinco horas.

Nos orientaron a donde podíamos ir, donde estaban las tiendas, los restaurantes, las playas.

Mi hija y yo decidimos ir a la playa, para regocijarnos en las maravillas de la naturaleza y no permitir que la mano del hombre siguiera destruyendo nuestro penúltimo día en vacaciones, nuestra alegría y mis $400.

Llegamos a la playa.

-¡Esto es un peladero de chivo!

Realmente mi hija tenía razón. Era un peladero de chivo.

No había una palmera. Unas sillas o unas tumbonas para alquilar. Ni un gusanito. Ni moticos de agua. Ni nada de aquello, por lo que mi mente se había paseado hacer en las bellas playas de las Bahamas, aunque debo admitir que la playita era bonita, pero nada muy diferente a un cayo de Morrocoy, pero con el 5% de extensión. Era una isla mínima, sin servicios, sin gente.

Estábamos achicharrándonos. Ni el protector solar, ni los sombreros nos protegían del inclemente sol.

Muy elegantemente, me tuve que enrollar como un turbante en mi cabeza, el pantalón de blanco de tela hindú que me había llevado puesto, para mitigar un poco los rayos del sol, que estaban por abrirme la cabeza en dos.

Nos moríamos de sed. No había donde comprar una miserable botellita de agua.

-¿A qué peladero de chivo nos trajeron por $400?

La playa tampoco resultó lo que esperábamos, pero me quedaba la esperanza de la cena en la noche. La cena con el capitán, como sale en las películas. Un capitán canoso, alto, elegante, estilizado y fino, compartiendo con toda la tripulación. Era algo que ansiaba vivir y por lo que valían la pena lo que había pagado.

Llegamos al barco corriendo al final de la tarde, como siempre a última hora. Llegamos a pensar en algún momento, que el barco arrancaría sin nosotras, porque para variar , nos perdimos y llegamos tarde.

-¡A correr! Ya informaron que debemos estar en la sala de banquete en menos de una hora.

Teníamos que bañarnos y arreglarnos en pequeños cubículos de barco.

Quedamos de lujo, como la ocasión lo ameritaba. Todo un éxito. Todo el esplendor de las venezolanas en acción.

Caminamos los pasillos del barco como si estuviésemos desfilando por El Poliedro de Caracas, en su mejor momento. Lo más esperado del día había llegado.

Una vez en el salón, un poco decepcionadas, le dije a mi hija, tomándola de un brazo:

-Ven. Debe ser que hay comedores por clase. Este debe ser el de segunda clase.

Con cara de cuartas finalistas preguntamos a un personal del barco, donde sería nuestra cena.

-¡Si, es aquí! Aquí es la cena. Están en el lugar correcto. ¡Buen provecho!

En ese momento no pusimos cara de cuartas finalistas: estábamos descalificadas.

¿Cómo que ese era el salón de la cena? Con menú del día de restaurant barato?

Unas mesas vestidas con unos manteles horribles, las sillas se veían sucias, la comida era de pacotilla, y el capitán nunca llegó.

Nuestra ropa nueva y las ganas de vivir una escena de película, como en “El bote del amor”, serie de los 80 que pasaban en el canal 8 y que veía con devoción, quedaron botadas en el pipote de la basura, con mis $400.

Desilusionadas, solo queríamos llegar rápido a Miami. Que se acabara el día. Que se acabara la pesadilla, que se acabaran las uñas amarillas con hongos, la sopa de caraotas, las toallas de tigre.

Pero al parecer había una fuerza del mas allá, que conspiraba en nuestra contra.

El viaje de ida, que duró interminables 5 horas, se tradujeron en más de 8 horas, por un tema de la marea.

Vencidas por el cansancio del madrugonazo y el sol en el peladero de chivo, el sueño se apoderó de nosotras y compartimos sofá, con los dueños de las uñas amarillas, por algunas horas, hasta que finalmente llegamos a Miami y después de la 1 A.M., a nuestro hotel.

Cansadas, mal comidas, insoladas, teníamos que pararnos a las 5 A.M. otra vez, porque debíamos ir al aeropuerto, ya que nuestro vuelo salía en la mañana.

Menos mal que habíamos dejado todas las maletas arregladas antes de irnos a nuestro gran crucero de lujo, previendo cualquier percance.

Una vez en Venezuela, les estoy contando la travesía a mi hermana y mi cuñado, quienes recientemente habían ido a las Bahamas, y por quienes, había tenido la tentación de conocer por mis propios ojos, todas las bellezas que esa isla nos regalaría.

-¿Cuánto me dijiste que pagaste?- me preguntó mi cuñado.

-$400

-¿Cómo fue que me dijiste que se llamaba el barco?

-Wasipatitumorronai -(en ese momento me acordaba del nombre, ya lo olvidé, como suelo borrar de mi mente los detalles de los eventos desagradables).

-Mira- trayéndome una tablet para que lo viera por mis propios ojos. -Crucero full day para las Bahamas $20 por persona, en el barco Wasipatitumorronai, saliendo de Fort Lauderdale.

-¿What? ¡Esto no puede ser!

En ese momento entendí el barco de Conferry. El peladero de chivo. La sopa de caraotas 2x2. Las uñas amarillas. Las cobijas de paño de tigre y la cena inexistente con el capitán en “El bote del amor”, que solo estuvo en mi mente y a cambio nos dieron “Sopa, seco y jugo”.

Nos habían estafado.

Gracias, Chapulín Colorado…no contamos con tu astucia.

 
 
 

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