ANÉCDOTAS DE UNA VIAJERA DEL TERCER MUNDO. Viajando en catanare. II parte.
- Lissette Van der Biest
- 17 ago 2019
- 5 Min. de lectura
Adicionalmente, al carro le entraba el humo dentro de la cabina, más un rico olor a aceite y gasolina.
El perfumito que me había puesto al salir de bañarme en casa de mi papá, se había esfumado, quien sabe a dónde, pero eso era lo de menos, lo peor del caso es que estaba mareada y con ganas de vomitar.
Volteaba y mi amiga Ana seguía sonriente y feliz. Sus rizos se veían más brillantes y hermosos, así como su sonrisa y sus ojos, que parecía que todo el atardecer naranja se posaba sobre ella… mientras, yo era toda la oscuridad.
Me miraba en señal de aprobación y yo le torcía los ojos.
-Esto es too much para mí - le dije.
Ella buscando calmarme me dijo:
-Tranquila, que nos queda poco y cuando lleguemos te echas un buen baño y todo habrá acabado.
Pensando solo en eso: “nos queda solo un poco y cuando llegue me echaría un gran baño”, saqué mi cara por la ventana del catanare para tomar algo de aire y cambiar de actitud, pero lo que conseguí fue empegostarme más con la humedad del lugar, que me diera más calor y más mal humor, durante los treinta minutos que nos faltaban de viaje.
Treinta eternos minutos. Pero como todo, llegó el final. Bendito sea el Creador. La tortura se había acabado.
Bajamos nuestros cuerpos y también nuestros bolsos llenos de grasa y de sucio de la carretera, pero con un feliz ¡hasta nunca catanare!, que solo yo escuché en mis adentros.
¡Dios, que dicha el haber llegado y en unos minutos poder acabar con esa interminable pesadilla!
Tomamos un taxi desde el terminal de Punto Fijo a casa de mi amiga.
Solo soñaba con ese gran baño prometido, que mi cabello oliera a champú y mi cuerpo bañarlo de perfume.
Al bajarnos del taxi, en el umbral de la casa de mi amiga, vino a saludarnos una vecina y nos recibió diciendo:
-¿Cómo estás Ana? ¿Estabas de viaje?
-Sí. Estaba en Puerto Cumarebo, visitando al papá de mi amiga.
-¡Menos mal mijita!, porque no ha entrado nada de agua en estos días.
¿Ah? ¿En qué se traducía eso? ¿Cómo que no hay agua? ¿Y mi baño largo de espumas, para quitarme la mugre del viaje en catanare?
Ana me vió la cara y me comentó de inmediato:
-Tranquila Mata, tengo agua recogida.
Mi amiga que me conocía muy bien, sabía que yo estaba desesperada por bañarme y quitarme ese olor a motorizada sudada, y sobre todo, debía correr mucha agua por mi espalda para liberarme de todos los gérmenes propios y extranjeros, que traía conmigo en mi espalda.
Inhala y exhala.
Inhala y exhala.
Me agarraba el cabello. Me pasaba las manos por la frente. Sé que torcía los ojos como es costumbre y con lo cual me delato por completo, aunque traté con todo mi ser de disimular, porque no quería hacer sentir mal a mi dulce amiga. Aunque confieso: estoy segura que no logré.
-Gracias Ana. De verdad estoy desesperada por bañarme, si puedo bañarme de una vez, te lo agradezco.
Ella, como el ángel que es, me dijo, mientras dejaba mi bolso en su cuarto y antes de que entrara al baño :
-¡Úsala toda para ti! Solo déjame un poquitico a mí, que yo estoy acostumbrada.
Yo pensé: “noooo, ¿cómo voy a despilfarrar agua y mi amiga bañándose con una gota? No es no. Solo usaré lo necesario. Total, hay suficiente agua para quitarme toda esta mugre y para que ella lo haga también”.
Todo esto lo pensaba mientras buscaba mi toalla y la ropa que me iba a poner.
Imaginaba un tobo de esos grandotes, que tienen la capacidad de almacenar muchos litros de agua. Dios, lo anhelaba con todo mi ser.
Al llegar al baño…
¡Por las chancletas de Cristo!
La inmensidad de agua que había recogida, era un tobo. Un tobito pequeño.
¿Whaaaaat?
No podía lavarme el pelo con esa cantidad de agua, ni quitarme los gérmenes de generaciones enteras que empezaban a vivir cómodos en mi espalda, si acaso, podría disfrazar mi olor a gasolina y aceite y, quitarme el sudor: la cara de pastelito.
Además, debía dejarle agua a Ana.
Mientras me echaba con un vasito plástico, un poquito de agua del cuello hacia abajo, pensaba: &%$·$·!$%$··!&/8!!!.
Groserías. Sí. Todas las que me se.
Después de desahogarme un poco y refrescar mi recalentado entusiasmo, traté de mantener la calma y no darle más fuerza a mi malestar. Tenía que cambiar de actitud.
Salí de mi gran baño, con el cabello hediondo a todo, pero recogido para no regocijarme en esos olores, vestidita y lista para irnos a comer algo a un restaurante muy rico que quedaba en el Centro Comercial Las Virtudes de Punto Fijo.
Mientras, esperábamos a un amigo taxista de Ana, que nos iba a buscar para llevarnos a comer. Pero no llegaba y nosotras espera que espera en la sala de la casa y nada que llegaba, porque resulta que a este, se le accidentó el taxi pero no tenía como avisarnos. No tenia saldo en el celular.
Se nos hizo de noche esperando, los estómagos de ambas sonaban sin vergüenza alguna y, como cuando somos muchos pare la abuela… ¡se fue la luz!
Ya no le veía los rizos a mi amiga, porque era de noche, pero sus dientes y sonrisa brillaban en la oscuridad, mientras yo me sentía la peor compañía… y lo más triste era que no encontraba la forma de sentirme mejor.
Muertas de hambre, mal bañadas, sin pila en el celular, sudadas, esperábamos al amigo taxista, en el porche de la casa mi amiga, con la puerta abierta, para que entrara luz y aire y no convertirnos en pastelito con sancocho.
¡Finalmente por gracia divina llegó el hombre! Y nos contó de su incidente y de inmediato nos llevó al restaurante.
¡Comimos divino! Eso si. Al menos comimos como diosas.
Al terminar de comer, llamamos al mismo taxista, quien había parapeteado la avería de su carro y nos fue a buscar para llevarnos a la casa. Mi noche finalmente había mejorado el balance de mi día.
Al llegar, todavía no había luz.
¡Pero por caridad! ¿Este día no tenia fin?
Como pudimos entramos sin velas, sin pilas en el celular que nos sirviera de linterna, nos cambiamos y acostamos, sin ventilador, sin aire y sudadas, ahora sí, como pastelitos con sancocho..
Se podrán imaginar la reparadora noche que tuve.
Traté de no moverme nunca para no sudar más.
Se hizo de mañana. Mis ojeras colgaban de mi cara.
Tuve que salir sin bañarme y con el rico olor que traía heredado del día anterior.
Al llegar a Caracas solo deseaba bañarme, pasarme un esponja de brillo por la espalda, lavarme el pelo con medio litro de champú y colocarme todo el perfume que tuviese, sobre mi cuerpo y desaparecer todo rastro que me recordara, el haber viajado en un catanare.
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